miércoles, 29 de septiembre de 2010

Historias de las primeras computadoras, en el mundo y en la Argentina

programando_eniac.jpgHace sesenta años atrás, en febrero de 1946, se encendía en Estados Unidos la primera computadora digital de la historia. Mil veces más rápida que las modernas calculadoras mecánicas, era capaz de resolver en dos horas un problema de física nuclear que previamente habría requerido 100 años de trabajo humano, o de procesar los datos de las estadísticas gubernamentales mucho más velozmente que antes.

Como en el caso norteamericano, la historia de las primeras computadoras que llegaron a la Argentina, en 1960, tuvo como protagonistas a las universidades -de Buenos Aires, del Sur y de Tucumán-, aunque no contó con el apoyo gubernamental más que indirectamente, a través de institutos universitarios públicos o del Conicet. En esta nota comentamos algunos detalles de cómo se dio este proceso en el contexto local, que reformuló las tareas de la investigación científica y la manera de operar de las organizaciones que las adquirieron.
Las primeras computadoras que llegaron al país fueron dos Univac, que adoptó la empresa Ferrocarriles del Estado Argentino para reemplazar a las tabuladoras del centro de cómputos de la actual estación Plaza Miserere, del F.C.N.D.F. Sarmiento. Eran las mismas Univac que habían presentado en 1952 Eckart y Mauchly, los creadores de Eniac -la primer computadora del mundo-; provista por la empresa Sperry Rand (ex Remington). Además, en Transportes de Buenos Aires se instaló una IBM, y otra fue presentada en la Exposición-Feria del Sesquicentenario de la Revolución de Mayo.

Nicolás Babini, en su libro La informática en la Argentina (1956-1966), cuenta que en esta reunión la máquina fue presentada como “Profesor Ramac” –cuyas siglas en inglés significaban Computadora Automática con Método (o procedimiento) de Acceso Directo-, repitiendo una experiencia que se había realizado dos años antes en Bruselas. Emulando a la “máquina de Turing”, Ramac contestaba preguntas del público sobre cualquier tema de historia, en diez idiomas diferentes.

Babini afirma que las dos primeras Univac se habrían anticipado a las IBM aunque, a decir verdad, no se sabe con precisión cuál de las dos computadoras arribó primero al país. Aún así, Babini prefiere imaginar una simetría entre lo ocurrido en la década del ’50 en Estados Unidos y en la Argentina de los ’60; como había ocurrido ya en otras oportunidades: con la primera máquina tabuladora, que fue instalada por primera vez en las empresas ferroviarias de ambos países; o con los primeros programadores, que fueron mujeres tanto en Filadelfia como en Buenos Aires.

En 1961, llegó al país la primera computadora de origen inglés, provista por la compañía Ferranti que, a su vez, estaba asociada a la Universidad de Manchester. La computadora se instaló en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, y se convirtió en la primera computadora científica del país. Ese mismo año llegó la primera computadora comercial, que fue la primera de difusión masiva de la historia.

En el principio fue la máquina de Turing

A comienzos de 1943, los ingenieros John Prespert Eckart y John Machly, de la Universidad de Pennsylvania, obtuvieron el permiso para iniciar la construcción de la Eniac (por sus siglas en inglés), la primera Computadora e Integradora Numérica-Electrónica, que estuvo lista varios meses después del final de la Segunda Guerra. Gabriel Guralnik describe en un artículo publicado en Página/12:

La Eniac cubría casi 1600 metros cuadrados (lo que equivale a casi un cuarto de manzana). Pesaba 30 toneladas y consumía 100 kilovatios. Sus 17.468 válvulas ocupaban pasillos y pasillos. Entre ellas, los 7.500 interruptores y los más de 7.000 condensadores y resistencias, se generaba un calor tan grande que sólo podía disiparse con unos tremendos equipos de aire acondicionado.

Por los pasillos iban y venían, todo el tiempo, técnicos encargados de cambiar los repuestos quemados. La entrada y salida de datos se llevaba a cabo con tarjetas perforadas. (…) Lo que diferenciaba a la Eniac de las máquinas anteriores no era sólo su velocidad, sino también su capacidad de combinar operaciones de distinto tipo. Así podía efectuar tareas que antes, para una máquina, eran imposibles.

Ahora bien, podemos también ver a los productos del avance científico-tecnológico como emergentes de una empresa colectiva y revalorizar, desde esta perspectiva, los trabajos que prefiguraron, en el orden de lo conceptual, las máquinas que se construyeron años más tarde. Es así que los orígenes de la primer computadora se podrían remontar a 1936, año en el que el matemático inglés Alan Turing, presentó su famosa máquina de calcular, planteando a la ciencia la pregunta de si las máquinas podían o no pensar.

Turing, quien además era criptógrafo, intervino también en el desarrollo de Colossus, una calculadora electrónica construida, entre 1938 y 1943, con fines militares, capaz de hacer operaciones lógicas que la aproximaba a una computadora. A partir de 1945, desarrolló la “máquina de calcular automática” ACE , y años más tarde participó del desarrollo de la “máquina digital automática de Manchester”.

Desde esta concepción de la ciencia como creación colectiva, se pueden contar otras historias de los objetos tecnológicos, de los investigadores que colaboraron en su desarrollo, y de los que finalmente los patentaron. El desafío de reconstruir estos relatos no es menor, si consideramos que la historia de la ciencia -y la memoria colectiva- suele asociar las leyes, teorías y tecnologías con un nombre propio. Estas historias, que comenzamos a esbozar acá en relación con las computadoras, están por hacer.


En la Argentina, hasta la década del 60, los cálculos matemáticos sólo se podían hacer en papel y lápiz, hasta en ámbitos académicos. Pero en 1961, todo cambió.

En los días en que los Estados Unidos rompían relaciones con Cuba, y en la Argentina Arturo Frondizi caminaba por los últimos tramos de su gobierno, el científico y creador del Instituto del Cálculo de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, Manuel Sadosky, le pidió a Bernardo Houssay un crédito sin usar que le habían otorgado al CONICET, la institución que presidía Houssay. Se trataba nada menos que de 300 mil dólares.

Houssay aceptó la propuesta de Sadosky y utilizaron el dinero para traer al país la primera computadora, con fines científicos y académicos: Clementina.

Para la compra se realizó una licitación pública a la que se presentaron IBM, Sperry Rand, Philco y Ferranti. Y ganó una Ferranti, modelo Mercury II, que vino de Inglaterra.

Llegó al puerto de Buenos Aires el 24 de noviembre de 1960, y luego de una extensa puesta a punto, meses después empezó a ser utilizada.

De las computadoras que se conocen hoy tenía poco y nada. Funcionaba gracias a unas 5 mil válvulas de vidrio y tenía una memoria de núcleos magnéticos de 5 K, unas 50 mil veces menos que una computadora hogareña de estos días. Aquella pionera del supercálculo contaba con doce paneles repletos de circuitos y condensadores que ocupaban una superficie de 20 metros de largo por 2,3 metros de alto y debió ser ubicada en una sala acondicionada con temperatura y humedad controladas.

Además, no tenía monitor ni teclado. La entrada de instrucciones (lo que hoy hace el teclado) se conseguía mediante un lector fotoeléctrico de cinta de papel perforado. Y los resultados (lo que hoy otorga el monitor) eran emitidos por una perforadora de cinta que alimentaba una impresora que llegaba nada menos que a las 100 líneas por minuto.

En cuanto al software, utilizaba el denominado sistema Mercury, que tenía varios lenguajes de programación y el grupo de trabajo liderado por Sadosky se dispuso a crear un lenguaje específico para su manejo, bautizado ComIC (Compilador del Instituto de Cálculo).

Clementina fue del grupo de las llamadas computadoras de primera generación, las que reemplazaron a las máquinas electromecánicas de cálculo. Según Sadosky, "le pusimos Clementina porque modulando un pitido que emitían las válvulas cuando comenzaban a funcionar, se escuchaba Clementine, una canción inglesa muy popular"

Clementina - La primera Super computadora en Argentina

Se instaló en el único edificio que tenía por aquel entonces la actual Ciudad Universitaria. Pero para que Clementina entrara allí, se tuvo que modificar el edificio. Por el tamaño de la computadora y por el importante sistema de refrigeración que necesitaba, producto del calor que despedían las 5 mil válvulas.

La computadora se usó día y noche. En ella se ocuparon unas 100 personas, entre las que había matemáticos, químicos, ingenieros y físicos.

Clementina trabajó para YPF, para Ferrocarriles Argentinos, para la CEPAL y para varias universidades. Además proyectó el desarrollo hidráulico de la zona cuyana y hasta la usó la física nuclear Emma Pérez Ferreira para hacer cálculos sobre partículas. Sus principales funciones consistían en realizar tareas de cálculo complejo, como pronósticos climáticos, cálculos astronómicos, traducciones lingüísticas automáticas, proyecciones estadísticas y otras misiones hasta entonces imposibles de llevar adelante en los laboratorios del país.

Tuvo un final que no merecía. Fue destruida. Muchas de sus piezas desaparecieron luego de la intervención militar a la Universidad de Buenos Aires por el gobierno del general Juan Carlos Onganía, implementada la llamada Noche de los Bastones Largos, en 1966. Sus operadores, según relató alguna vez el mismo Sadosky, no se enteraron esa noche de la violenta represión policial que tuvo lugar: se habían quedado hasta las 6 de la mañana haciendo cálculos en el laboratorio. Desde entonces, el padre adoptivo de aquella inglesita electrónica proseguiría su vida académica en el exilio
CLEMENTINA II
Costó tres millones de dólares y su uso estará reservado a los científicos; servirá como base para desarrollar Internet 2
Con una clase a distancia, una videoconferencia con Canadá y un video explicativo se presentó ayer en el Centro Cultural General San Martín, la supercomputadora Clementina II.

Se trata de una máquina que será usada por el ambiente científico nacional y que tendrá aplicaciones específicas en el estudio del tránsito, la medicina y las catástrofes naturales.

En un auditorio lleno, junto a dos pantallas gigantes, el vicepresidente Carlos Alvarez junto con el secretario de Tecnología, Ciencia e Innovación Productiva, Dante Caputo, realizaron la presentación institucional de la supercomputadora, que sin embargo, estuvo ausente con aviso.

Pero esto no impidió que se pudiera explicar cómo será utilizada Clementina II y cuáles son las capacidades de esta máquina que fue bautizada en homenaje a la primera computadora que existió en el país, llamada Clementina (ver aparte).

"Se llama Clementina II en homenaje a los primeros esfuerzos en materia informática de nuestro país", dijo Caputo. "Esto nos retrotrae 40 años, cuando Manuel Sadosky promovió la llegada de la primera computadora que tenía la particularidad de emitir un sonido que, modulado, emitía la música de Clementina."

Con posibilidades de uso mayores a las que ofrecen las computadoras comunes, esta supercomputadora posibilitará la prevención de catástrofes climáticas, y el estudio y análisis de estos hechos una vez ocurridos. En el ámbito de la ciencia médica permitirá, entre otras cosas, realizar la simulación de cirugías, útil para los estudiantes de esta materia.
Una red más veloz

Pero además de su capacidad para procesar grandes volúmenes de información en muy poco tiempo, esta supercomputadora será la base para la llegada a la Argentina de Internet 2, una poderosa red informática mundial que se usa con fines científicos y que vincula a las supercomputadoras como Clementina II.

La mayor diferencia entre Internet e Internet 2 es que esta última tiene una gran capacidad que permite la interconexión de instituciones académicas y científicas, capaz de soportar aplicaciones de gran complejidad y altamente demandantes de velocidad, para las que Internet no está capacitada.

Uno de los pocos países en los que hasta ahora se ha desarrollado Internet 2 es los Estados Unidos, en donde hay cerca de 170 universidades intercomunicadas en esta Red. "Recuperar la ciencia y la tecnología al servicio del progreso, me parece fundamental -destacó en su discurso Alvarez-. Jerarquizar el papel de la ciencia y la tecnología a partir de un proyecto de país y acortar la brecha de esto que se llama sociedad de la información o sociedad del conocimiento." En la región, sólo existen máquinas como Clementina II en dos países: Brasil y México.

Lo que posibilita la potencia de esta supercomputadora es que está compuesta por 40 procesadores conectados en paralelo, lo que permite que puedan realizarse distintas tareas al mismo tiempo.

Uno de los mayores beneficios de que la Argentina cuente con un aparato como Clementina II es que los científicos del país ya no deberán pagar para poder usar los servicios de una supercomputadora. Actualmente se gastaban fuertes sumas de dinero por el acceso a las máquinas de este tipo ubicadas en el extranjero. Ahora, el acceso a esta supercomputadora, además de mejorar la calidad de las investigaciones y reducir los tiempos de las mismas, será gratuito para los investigadores.

"Esta supercomputadora tendrá usuarios diversos, pero hay un usuario privilegiado que es la comunidad científica argentina, que será la única que la usará gratuitamente. Será dar el uso básico y central de este nuevo instrumento", aseguró Caputo.

La máquina inaugurada ayer fue adquirida por la empresa Telecom por un valor de 3 millones de dólares, con el fin de saldar una deuda que esta empresa de telecomunicaciones mantenía con el Estado nacional. Clementina II llegó al país a mediados del año último y fue puesta en funcionamiento el 19 de febrero pasado.

Y si bien está previsto que la supercomputadora pueda ser utilizada por las universidades públicas de todo el país, por los institutos médicos y científicos de forma gratuita, también la podrán usar los privados, pero deberán pagar por ello.

Entre sus diversas funciones, Clementina II puede realizar tareas de educación a distancia y videoconferencias.

Ayer, y a modo de muestra, el paleontólogo Fernando Novas, del Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia, dictó una clase a alumnos de la Universidad Nacional de San Martín.

En las pantallas ubicadas en el auditorio se pudo ver a un grupo de alumnos que, tras la lección sobre dinosaurios dada por el profesor, realizaron sus preguntas, las que fueron respondidas al momento.

A pesar de que sólo se trataba de una muestra para los presentes, Novas no pudo evitar su alma docente y les dejó tarea a los chicos, estudiar "el módulo siguiente".

No hay comentarios:

Publicar un comentario